Llegué a la
casa y Verónica estaba ahí con unos vaqueros rotos y una blusa con
transparencias, llevaba un pendiente raro y en la otra oreja otro pendiente
diferente. Llevaba rímel y pintalabios, como nunca la había visto antes.
La saludé y
entramos en aquella casa. Nos sentamos en el banco que estaba situado en el
jardín y empezamos a hablar sobre cosas superficiales. Pero aún así me
divertía, era algo extraño, es como si estando con ella el tiempo volase y todo
fuera divertido. Sentía una gran felicidad.
Mientras
hablaba Verónica, le empecé a mirar los labios, el tiempo se paró por un
momento y de repente todo fue muy rápido.
Ella se calló
y yo, le aparté el pelo de la cara dejándolo detrás de la oreja. Nos acercamos
más pero poco a poco hasta que sentí sus labios en los míos y cuando estuvieron
totalmente juntos, rodeé con mis brazos su cuerpo, y ella rodeó mi cuello con
sus brazos. Sentí que nada importaba, estando junto a ella cualquier problema
se transformaba en una sonrisa. El tiempo pasó y me di cuenta de lo que estaba
haciendo, abrí los ojos y me separé de Verónica, me levanté y miré asustada a
todas partes como si alguien nos estuviera viendo, ella me miraba confundida y
con la boca abierta, seguramente se preguntaba que me pasaba. Mire la puerta y
huí de aquel laberinto sin salida.
Volvía a casa
con un torbellino de sentimientos, me toqué los labios con la yema de de los
dedos e inmediatamente me puse roja. Por dentro gritaba sin parar ``¿Qué me
ocurría?´´ hasta que salió una lágrima que confeso todo. Ya sabía lo que me
pasaba, pero aquello era un problema. Entonces me pregunté si me aceptarían en
casa o si me aceptarían los demás. Una cascada de lágrimas salieron de mis ojos
y alguien desde lejos me preguntaba que qué me pasaba. Miré a lo lejos, pero no
veía nada con las lágrimas. Volvió a preguntar, era Verónica reconocí su voz y
traté de secarme las lágrimas intentando que no me viera llorar.
Creo que por
empatía o porque sabía lo que me pasaba,
me miro y me abrazo. Sentí de nuevo aquel calor que me llenaba de felicidad,
pero sentía miedo. Ella me susurraba cosas en el oído que me ayudaban bastante,
pero mis pensamientos ganaban la batalla. Estuvimos mucho tiempo así hasta que
sonó por décima vez mi teléfono. Me despedí de ella, pero esta vez ella estaba
triste, su mirada lo decía todo, y se fue mientras yo discutía con mi madre por
teléfono. Me quede en blanco mientras miraba como se iba.
-¿Me oyes? Me
interrumpió mi madre.
Dejé de ver a
Verónica y conteste a mi madre.
-Son las once
y media de la noche. Contestó aguantando un grito.
Mire el reloj
y me asusté. ¿Había estado tanto tiempo con Verónica? Corrí hacía mi casa, mi
madre no me regaño ni me castigo. Solo me dijo que no se lo dijera a papá,
después me echó un discurso sobre los peligros que había a esa hora.
Luego me
fui a mi cuarto y me puse a llorar como
si no viviera al día siguiente.
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